Soñar que ves a alguno de los tuyos muerto, te advierte de que se avecina una disolución o una pena. Los sueños de esta naturaleza siempre van acompañados de decepciones.
Oír que algún amigo o pariente ha muerto, pronto tendrá malas noticias de alguno de ellos.
Los sueños relativos a la muerte o a la agonía, a menos que se deban a causas espirituales, son engañosos y muy confusos para el novato en la ciencia de los sueños cuando intenta interpretarlos. Un hombre que piensa intensamente llena su aura de pensamientos o imágenes subjetivas activas con las pasiones que les dieron origen; al pensar y actuar en otras líneas, puede suplantar estas imágenes con otras que poseen una forma y naturaleza diferentes. En sus sueños puede ver estas imágenes moribundas, muertas o su entierro, y confundirlas con amigos o enemigos. De este modo puede, mientras duerme, verse a sí mismo o a un pariente morir, cuando en realidad ha sido advertido de que algún pensamiento o acto bueno va a ser suplantado por uno malo. Para ilustrar:
Si es un amigo o un pariente querido a quien ve en la agonía de la muerte, se le advierte contra un pensamiento y una acción inmorales o impropios, pero si se trata de un enemigo o de algún objeto repulsivo desmontado en la muerte, puede superar sus malos caminos y así darse a sí mismo o a sus amigos un motivo de alegría. A menudo, el final o el comienzo de los suspensos o las pruebas son predichos por sueños de esta naturaleza. También ocurren con frecuencia cuando el soñador es controlado por estados imaginarios de maldad o de bondad. Un hombre en ese estado no es él mismo, sino que es lo que las influencias dominantes hacen de él. Puede ser advertido de las condiciones que se aproximan o de su salida de las mismas. En nuestros sueños estamos más cerca de nuestro ser real que en la vida de vigilia. Los incidentes horribles o agradables que se ven y oyen sobre nosotros en nuestros sueños son todos de nuestra propia hechura, reflejan el verdadero estado de nuestra alma y cuerpo, y no podemos huir de ellos a menos que los expulsemos de nuestro ser mediante el uso de buenos pensamientos y acciones, por el poder del espíritu dentro de nosotros.
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